lunes, 8 de septiembre de 2008

Inteligencia Artificial

1. INTRODUCCIÓN

Seguramente que hoy en día, cualquier persona tiene un concepto más o menos claro de lo que es la inteligencia artificial. Lo hemos leído en libros, escuchado en las noticias y, sobretodo, hemos visto ese sueño convertido en realidad en las películas de Hollywood. Pero conviene remontarse hasta más de medio siglo atrás para comprender cómo y en qué circunstancias surgió este concepto aparentemente novedoso y al que ni siquiera hoy podemos dar alcance.

2. EVOLUCIÓN DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Es imposible acercarse al ámbito de la informática sin referirse a la figura de Alan Turing (1912-1954). Este matemático británico fue el precursor de la primitiva inteligencia artificial ya que, además de diseñar la primera computadora electrónica digital y funcional en los años cincuenta, también generó el concepto de máquina de Turing.

La máquina de Turing era un dispositivo teórico por el cual un ordenador leía las instrucciones de una tira de papel perforada. Su objetivo era el de formalizar el concepto de algoritmo mediante un modelo matemático.
Si bien este dispositivo aún se aplica hoy en día para el ámbito informático y matemático, la principal conclusión a la que se llegó está más relacionada con el tema que estamos tratando. Y es que la máquina de Turing demostró que era imposible que cualquier tipo de computador pudiese resolver problemas matemáticos que requiriesen una parte de planteamiento. Para corroborar su afirmación, inauguró el campo de la inteligencia artificial propiamente dicho al proponer la llamada prueba de Turing.

La prueba o test de Turing es un procedimiento usado para determinar si una máquina es inteligente o no. Consiste básicamente en un programa de Chat en el que se establece comunicación entre un ser humano y una máquina, con la condición de que la persona no sepa si su interlocutor es otra persona o un ordenador. Si la máquina consigue su objetivo de hacerse pasar por un ser humano se corroboraría su inteligencia.

John Searle (1932) propugnó la ineficacia del test de Turing al diseñar lo que él llamó la Sala China. Este experimento consistía en aislar a una persona de tal forma que sólo recibiese mensajes escritos en chino del exterior. Dentro de la sala contaría con diversos manuales y diccionarios que le indicarían el significado de los caracteres chinos. De esta forma, esta persona recibiría mensajes que traduciría a su idioma, generaría una respuesta y la traduciría al chino como mensaje de salida. Esto nos hace cuestionarnos si la persona sabe realmente chino o es la propia habitación la que conoce el idioma. Ninguna de estas afirmaciones es correcta al cien por cien con lo que tenemos la prueba de que aunque el mensaje final sea inteligente el proceso que se ha seguido para su elaboración no lo ha sido y, por tanto, el test de Turing es insuficiente para comprobar la inteligencia de una computadora.

El término de inteligencia artificial no fue acuñado hasta el año 1956 en la Conferencia de Darmouth donde se predijo que al término de una década ya se podrían fabricar robots inteligentes. Al no sucederse tal predicción, los estudios sobre el tema fueron abandonándose paulatinamente.

Algo similar sucedió en 1980, cuando la industria japonesa intentó revolucionar el mercado con los ordenadores de quinta generación. La principal prestación de éstos era que contaban con inteligencia artificial a nivel de lenguaje de máquina. Al no conseguir su objetivo principal (aún hoy contamos con ordenadores de cuarta generación) las investigaciones sobre este tema volvieron a abandonarse durante los años 90.

Actualmente no se ha conseguido generar ninguna máquina lo suficientemente inteligente para pasar con éxito la prueba de Turing. Sin embargo, los robots (lejos de ser inteligentes) forman una parte muy importante del proceso industrial, llevando a cabo procesos repetitivos y mecánicos. Existen robots que ayudan en la medicina, robots creados para la luchar entre sí en competiciones, microrobots usados en espionaje militar, robots que entretienen a los niños como juguetes… La variedad de este tipo de máquinas y sus aplicaciones es muy extensa, no tanto como lo que verdaderamente nos atañe: la inteligencia artificial en el marco actual.

Aunque la tecnología todavía no haya alcanzado este sueño, sí que ha habido distintas proezas mecánicas y técnicas que nos acercan cada vez más a este objetivo.

Un ejemplo destacable es el robot humanoide Actroid, prototipo desarrollado por la universidad de Osaka y que sorprende por su logrado parecido con el ser humano (no hace mucho que hemos visto por televisión al prototipo fabricado a imagen y semejanza del creador Hiroshi Ishiguro) Además de imitar gestos humanos como pestañear o respirar, este modelo tiene la capacidad de entablar una conversación sencilla en varios idiomas. ¿Acaso no es éste el mayor síntoma de identidad humana?

Otro ejemplo es el famoso robot Asimo de la empresa Honda. El objetivo principal de este proyecto se centró en la posibilidad de crear un robot humanoide capaz de desplazarse ágilmente (Asimo sube escaleras, corre, se da la vuelta…) Y aunque la faceta del lenguaje hablado no se haya conseguido, el robot puede establecer comunicación con una persona a través del lenguaje gestual.


Dejando a un lado las maravillosas proezas japonesas y fijándonos más en lo que tenemos a nuestro alcance nos encontramos con los chatterbots.

Un chatterbot es un programa de ordenador que está diseñado para simular una conversación. Básicamente, consiste en una ventana de Chat en la que el humano inicia una conversación, generando una respuesta por parte del programa. Funcionan de una manera bastante sencilla: el programa lee diversas palabras clave en el mensaje enviado por el interlocutor humano y responden con una frase prefijada por el programador. Estaríamos ante uno de los ejemplos más sencillos de inteligencia artificial puesto que no necesitaríamos soporte material para generar algo así. Sin embargo, los chatterbots actuales no consiguen ser inteligentes ya que generan respuestas automáticas y prefijadas, es decir, que el propio programa no sabe lo que está respondiendo y por qué lo hace.

3. INTELIGENCIA ARTIFICIAL: ¿META O UTOPÍA?

Dada la imposibilidad actual de crear inteligencia artificial propiamente dicha con la tecnología actual cabe preguntarse: ¿aún no lo hemos conseguido porque carecemos de recursos o es realmente una utopía “crear” inteligencia? De momento, esto es algo que desconocemos. Sin embargo, hay una serie de factores a tener en cuenta que debemos tratar si queremos acotar nuestras posibilidades en este campo.

3.1 ¿Qué es la inteligencia artificial?


La inteligencia artificial es la ciencia que intenta crear un programa o una máquina que imite el comportamiento y el pensamiento humano, es decir, un programa que imite la inteligencia humana.

Llegados a este punto convendría preguntarse, ¿qué es la inteligencia? Según el diccionario de la lengua castellana, ésta se define como la capacidad de entender, comprender o resolver problemas. Aplicando esta definición podríamos afirmar sin riesgo a equivocarnos que un perro posee inteligencia. Sin duda hay perros adiestrados que entienden y comprenden a sus amos. Sin embargo, un can tendría serias dificultades en pasar el test de Turing que determinaría su supuesta inteligencia Entonces, ¿el perro es o no es inteligente? ¿Sólo es inteligencia aquella que es humana? ¿Podríamos considerar inteligencia artificial un robot que imitara el comportamiento perruno?

Los límites de lo que conocemos por inteligencia no quedan claros en absoluto, por tanto, difícil será discriminar si una máquina es inteligente o no.

3.2 Emociones, sentimientos, dolor… ¿hasta qué punto son cosas de robots?

Hasta ahora sólo hemos tratado el tema de la inteligencia, la razón, la parte objetiva del ser humano que se complementa con las emociones y sentimientos, la parte subjetiva. Ambas están relacionadas y no se puede hablar de mente humana sin tener en cuenta cualquiera de las dos. Sin embargo, en lo que a máquinas se refiere, el tema puede dar lugar a un intenso debate.

Una gran parte de los proyectos futuros tienen por objetivo generar máquinas que sirvan a los humanos, de hecho ya existen restaurantes cuyos camareros son robots serviles y hospitalarios. No sólo en el ámbito de la hostelería podríamos aplicar este caso, sino también en todos aquellos puestos de trabajo que requieran algún tipo de trato con el cliente. Incluso podríamos dedicar robots al cuidado de nuestros niños y mayores.

Aquí es donde surge la necesidad de un ente completamente humanizado, tanto estética como emocionalmente. Un robot empático que sea capaz de identificarse con el humano prójimo y lo suficientemente similar a éste para generar un clima de confianza. Según afirman una serie de investigadores pertenecientes a las universidades de Hong Kong, Pittsburg e Illinois: “Porque las personas son animales sociales, los robots que interaccionan con personas serán comunicadores más efectivos si son capaces de tener una teoría correcta de las expectativas sociales de sus interlocutores” Al fin y al cabo, y por muy paradójico que suene, la situación citada requeriría un robot con personalidad.

Sin embargo, son muchos los especialistas que no ven lógico dotar a una máquina con aquellas cosas que son tan típicamente humanas.

“La cosa en materia de robótica ha llegado hasta extremos tan paradójicos que algunos investigadores piden que no se acentúen los rasgos humanizadotes, pues ello podría inducirnos a esperar más de lo que razonablemente cabe tratándose de una máquina: «es necesario mantener un nivel de roboticidad (robotness), a fin de que el usuario no se cree falsas expectativas en relación a las habilidades emocionales del robot». Tal prudencia sería tanto más oportuna cuanto que «un robot no es humano y, en consecuencia, conviene que su forma difiera de la de un humano»”.

Entre todos los motivos que el autor da para justificar su opinión, cabría añadir el hecho de que por muy avanzado que llegara a ser un robot en cuanto a tema de sentimientos y emociones, jamás podrá alcanzar a un ser humano debido a su naturaleza. Como bien dice el texto, un robot es una maquina; y su empatía hacia un humano nunca será equiparable a la confianza que dos personas puedan tener entre sí.

Ya hemos hablado de sentimientos de una manera bastante general. No obstante, hay una sensación bastante concreta que convendría tratar pues es común a todo ser vivo y fundamental para su supervivencia: el dolor.

Para empezar, podríamos definir el dolor como un mecanismo que tienen los seres vivos para impedir que pongan en riesgo su supervivencia. Aplicando esta definición, también podemos hablar de dolor si un robot tiene un sistema formado por sensores térmicos que se activan cuando detectan temperaturas más altas de las habituales y hacen que el robot se aparte. Esto sería relativamente fácil de conseguir aunque lo que obtendríamos sería un dolor meramente biológico y funcional. El robot no sería capaz de sentir el dolor físico, una sensación que dista mucho de ser placentera. Pero en el caso de qué supiéramos con exactitud cómo se produce el dolor en el cuerpo humano ¿sería conveniente extrapolarlo al robot? ¿Tendría sentido que el robot sufriese o los sensores bastarían para que pudiese sobrevivir? ¿Tiene sentido en el propio ser humano?

3.3 Conciencia, ¿cumbre del robot ideal?

Dejando a un lado la dificultad que entrañaría dotar de emociones a una máquina, pensemos por un instante qué es lo que nos falta para conseguir que este robot esté totalmente humanizado (si es que eso es posible) Ese rasgo puede darnos la clave de lo que entraña ser un ser humano, la esencia del mismo. Esa parte se llama conciencia.

“Digámoslo, pues, de modo más contundente: lo propio del hombre es que se tiene a sí mismo. Y por ello es alguien y no más bien nadie, por ello no es cualquier cosa. Dicho esto, con¬viene inmediatamente cerrar el paso a dos equívocos que constituyen los dos pilares más sólidos cíe aquella «ruina del concepto de intimidad» (…) consiste en considerar que la ex¬presión «el hombre se tiene a sí mismo» significa que el ser hu¬mano tiene una identidad o una naturaleza (aún mejor: que tiene una identidad natural o que es una naturaleza idéntica).

Aquí es donde de nuevo entra en juego nuestra definición de inteligencia artificial. Podemos limitarnos a afirmar que si un robot es similar en inteligencia al humano, entonces, habremos creado inteligencia artificial. Sin embargo, puede que este concepto vaya mucho más allá y que el factor inteligencia no sea nuestra única meta. ¿Qué sucede si ascendemos más? Que nos encontraremos en la cumbre de la tecnología, el escalafón más alto: crear vida. Realmente podríamos considerarnos dioses si algún día conseguimos no sólo un aparato que reproduzca nuestra inteligencia y nuestra forma de comunicarnos, sino que también sea capaz de poseer conciencia. Un robot que sabe que existe, que piensa, que a partir de unos preconceptos puede generar otros. Sobrepasaríamos los logros de la naturaleza si nuestro hipotético robot llegase a desarrollar una conciencia similar a la nuestra. Por mucha discrepancia que haya acerca de la existencia de conciencia en animales, ésta no ha ni rozado los límites de la conciencia humana.

“Si decimos que un robot consciente es aquel que tiene una idea de si mismo, eso ya existe. De hecho, es el primer paso de todo sistema autónomo, conocer su situación en el mundo, sus capacidades, sus limitaciones. Si decimos que es aquel robot que es capaz de tomar decisiones basadas en esa información sobre si mismo y sobre el mundo, también existe”.

Si un robot de esas características ya existe, entonces podemos afirmar que conciencia no es el simple hecho de tener idea de uno mismo.

Parece ser que esto de la conciencia no es tan fácil como parece. Según J. Allan Hobson existen dos tipos de conciencia: la conciencia primaria que es común a todos los mamíferos (supongamos que también lo es al resto de los animales, al menos, vertebrados) y la conciencia secundaria que se atribuye a los humanos que controlan el lenguaje. Teniendo en cuenta todo esto y asignando distintos comportamientos a sendas conciencias, Hobson llega a la conclusión de que los animales no humanos carecen de pensamiento, lenguaje, intención, orientación, memoria y volición. Podríamos rebatir cada una de las facetas anteriores para juzgar si son propios de animales o no, pero nos desviaríamos demasiado del tema que estamos tratando.

Parece que el término conciencia se complica hasta límites insospechados y que nuestra primera definición se ha quedado corta ante los múltiples puntos de vista que existen.

Aquí entrarían a colación conceptos como libre albedrío, Imaginemos una situación X donde el robot dispondría de un abanico de posibilidades, evaluaría las distintas variables y decidiría una según el objetivo a alcanzar. Según su programación, escogería la opción más favorable. Pero más favorable para quien, ¿para su supervivencia? ¿Para la humanidad en general? ¿Se trataría de una situación donde intervendría el libre albedrío o son las variables las que condicionan la decisión?

Ahora que ya hemos explicado lo que significaría fabricar un robot consciente (y todas las dificultades que eso entrañaría) es preciso preguntarse; ¿para qué? He aquí una de las respuestas posibles.

“En algún nivel, el hecho de crear conciencia en una máquina hará posible la fabricación de mejores robots. En lugar de seguir ciegamente sus programaciones, los robots conscientes podrán reaccionar en forma dinámica ante su medio ambiente, ajustando su conducta a cualquier información que puedan recoger. Estos nuevos robots conscientes podrían, por ejemplo, ser usados para la explotación planetaria. Los complejos sistemas de control de ingeniería necesitan por lo general seguir el rastro de su propia performance. Un robot inteligente ofrecería justamente este tipo de capacidad reflexiva. En otro nivel, investigadores como Igor Aleksander, profesor emérito de redes neurales en el Imperial College, creen que la creación de una máquina consciente nos va a ayudar a entender mejor nuestra propia conciencia. Aleksander tiene en cuenta cinco axiomas de conciencia: la sensación de lugar, la imaginación, la atención dirigida, la planificación, la decisión/emoción”.

3.4 ¿Inteligencia sin soporte biológico?

Otra definición comúnmente aceptada de inteligencia artificial sería aquella existente sin un soporte biológico. Es algo inaudito pensar que un cúmulo de transistores y microchips puedan interactuar de tal forma que generen inteligencia o, incluso vida. Pero, ¿acaso no es el ser humano un conjunto de células que se coordinan entre sí para formar vida? Sin embargo, parece que es la vida misma lo que marca la diferencia entre un cuerpo de células inconexas (inertes) y un cuerpo viviente. Nos hallamos ante un ejemplo clásico en el que la suma de las partes no es igual al todo. Es decir, podemos llegar a tener el soporte para crear el robot “viviente” y carecer de esa “chispa” que lo transforme en el ser plenamente consciente que precisamos. Claro que este dilema surgiría si pensamos como los dualistas, es decir, si creemos que el ser humano está formado por cuerpo y mente (o para los más espirituales, por el alma). Sin embargo, si nuestra percepción se asemeja más a la monista y creemos que el ser humano es simplemente un cuerpo y que todos nuestros pensamientos vienen determinados por el cerebro, es decir, que la mente como tal sólo es un resultado del “hardware” cerebral; parece que el dilema está resuelto. Basta con ponerse a trabajar en un cerebro robótico superdesarrollado que lo que el robot pueda llegar a pensar ya llegará después. Pero, ¿qué sucede si lo enfocamos de otra manera? ¿Qué sucedería si algún día se consigue crear esa ansiada máquina que se nos asemeje en comportamiento e inteligencia? Podríamos afirmar que hemos resuelto uno de los enigmas principales acerca de la naturaleza del ser humano. Los monistas tendrían razón, sólo somos un cuerpo muy bien interconectado, al igual que nuestros robots. No habría alma, ni siquiera mente (ésta sólo sería un resultado de la actividad cerebral) y, por supuesto, no nos esperaría nada después de la muerte porque cuando el cuerpo perece, pereceríamos nosotros mismos.

Como, hasta el momento, la inteligencia artificial no se ha conseguido, el debate continua abierto. Mientras tanto, los dualistas pueden estar contentos ya que sus teorías no se podrán falsar hasta que aparezca un robot inteligente que demuestre lo contrario.

4. OTROS DILEMAS SOBRE LOS ROBOTS DEL FUTURO

Ahora que ya hemos intentado abarcar los grandes dilemas sobre la inteligencia artificial, conviene acotar el terreno un poco más para recapacitar sobre esos pequeños detalles que surgen al profundizar más en este campo.

4.1 ¿Robots que maduran?

Si la inteligencia es la propiedad de aprender, ¿por qué dotar a un robot de un cerebro superdesarrollado que le permita tener unas capacidades innatas? Esto no es lo que sucede con el ser humano. Bastaría con un soporte a partir del cual el robot aprendiese todos los conocimientos necesarios. Claro que cabría preguntarse, ¿quién impartiría clases a estos robots?

4.2 ¿Humanoide o no humanoide?

Esta decisión ya trae de cabeza a los ingenieros actuales. Unos piensan que la forma humana, aparte de acercarnos más a los robots, podría llegar a tener enormes ventajas (al fin y al cabo a nosotros no nos ha ido tan mal) Sin embargo, también existe cierto escepticismo ya que, dejando a un lado la complejidad técnica que requeriría una máquina que reprodujera nuestros gestos y movimientos, ha quedado demostrado que para que una máquina sea útil no necesita que sea humanoide. Si bien existen brazos robotizados que imitan una parte muy concreta de nuestra estructura, un hecho tan simple como coger un huevo con la presión justa para que no se rompa, constituye toda una odisea para una mano artificial.

Rodney Brooks, un importante investigador y desarrollador de programas de inteligencia artificial, declara al respecto: “¿Sabe por qué todos los robots de Hollywood tienen forma humana? Simplemente, para hacer posible que un actor se meta dentro de la carcasa y les dé movimiento. Paradójicamente, esa servidumbre de la industria del cine ha acabado por influir en nuestro concepto del robot. Un robot es una máquina capaz de influir en el entorno físico. No es necesario que parezca un hombrecito. No serán así”

4.3 Robots: ¿inversión o pérdida de dinero?

De todos los temas que hasta ahora hemos tratado, hay uno especialmente importante sobre el que aún no hemos reflexionado: el económico. Realmente seríamos unos ilusos si no pensásemos que lo que verdaderamente mueve el mundo es el dinero. En el caso de la robótica no va a ser menos.
La cuestión a plantearse es: ¿merece la pena invertir en materia de investigación para la inteligencia artificial? Veamos las diferentes razones que se podrían dar tanto para defender la postura a favor, como la postura en contra.

Habría gente que no tendría ninguna duda sobre la efectividad de estos robots. Un empresario emprendedor no tendría más que poner una cuantiosa suma de dinero y que los tecnólogos se pusieran a trabajar en desarrollar el robot necesario para la empresa. Claro que esta acción entrañaría cierto riesgo puesto que si el empresario necesita de un robot normal y corriente, no hay problema, pero si sus ambiciones son mayores y aspira a un aparato inteligente, la meta de esos tecnólogos podría tornarse utópica. Dilemas aparte, pongamos que consigue crear, por ejemplo, el prototipo de robot secretario ideal; capaz de establecer comunicación con los clientes, mecanografiar, tomar notas… en fin, todas esas cosas que hacen sus símiles humanos. El empresario ha tenido que invertir en algo que, a largo plazo, le va a salir rentable. Al fin y al cabo, se va a ahorrar un sueldo de toda la vida de una persona.

Todos estos aspectos son ventajosos para el susodicho empresario, pero… ¿qué pasa con los trabajadores? Si se consiguen crear robots que suplan a los humanos en todas las profesiones, ¿qué haremos nosotros? Si en el siglo XX ya hubo una crisis porque muchas máquinas sustituyeron a los humanos en trabajos repetitivos y monótonos, ¿qué pasará entonces? En lo único en lo que podríamos competir con un robot sería en su coste de producción.

Dejando a un lado la situación que supondría al empresario arriesgar en materia robótica y la duda de si alguna vez un robot llegaría a equipararse en eficiencia al humano (quién sabe, a lo mejor incluso nos superan) convendría recapacitar sobre si los robots van a permitir que esto suceda así.

4.4 ¿Tendrán derechos?

Henrik Christensen, el director del centro de máquinas robóticas e inteligentes del instituto tecnológico de Georgia ha declarado recientemente: “Si fabricamos robots conscientes, querrán tener derechos y, probablemente, deberían tenerlos” Pero, ¿de qué clase de derechos estamos hablando? ¿Podría un robot llegar a tener derecho a un hogar o a una familia? Teniendo en cuenta que ha sido fabricado para desempeñar un trabajo, ¿por qué sentiría la necesidad de tener una vida aparte de sus obligaciones? Si nos ponemos radicales, bastaría con desconectarlo en esos momentos en los que no esté realizando una determinada tarea. Pero, ¿qué ocurriría si los robots, al igual que los trabajadores obreros de antaño, se revelasen por sus condiciones de trabajo? Pongamos que exigieran un trabajo remunerado. Entonces, el haber creado una máquina inteligente que sustituyese al hombre habría sido un gasto inútil. Si los robots, al igual que los humanos, cobrasen por llevar a cabo una determinada tarea, no merecería la pena construir esos robots.

Sin embargo, sí que precisaríamos de unas determinadas leyes a la hora de interactuar con ellos. Según el propio Christensen: “¿sería aceptable darle una patada a un perro robótico incluso cuando no lo hacemos con un robot normal?” Es decir, que los robots inteligentes poseerían un trato similar a cualquier máquina, algo bastante irónico teniendo en cuenta que no serían cualquier máquina. ¿Acaso no influye que puedan interactuar con nosotros de una forma más profunda que una lavadora?

4.5 La inteligencia artificial en la ciencia ficción.

Sería casi imposible acercarse a este tema sin mencionar la figura de Isaac Asimov. Asimov fue un escritor y bioquímico estadounidense nacido en Rusia, famoso por sus obras sobre ciencia ficción. Redactó las tres leyes de la robótica, una serie de enunciados incrustados en el cerebro positrónico del robot

1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida que esta protección no entre en conflicto con la primera y segunda ley.

El propio Asimov declara que redactó estas leyes para contrarrestar el supuesto “complejo de Frankstein”, es decir, el hecho de que los robots pudieran rebelarse y atentar contra sus propios creadores. De este modo, el cerebro del robot quedaría inutilizable en el momento que violase alguna de estas leyes. La mayor parte de las historias de este escritor están relacionadas con situaciones en las que un robot se ve obligado a actuar entrando en conflicto con alguna de las tres leyes. Este tema parece ser el denominador común de muchos relatos de ciencia ficción. ¿Es nuestro destino desaparecer a manos de nuestras creaciones? Si lo pensamos detenidamente, ¿por qué querrían los robots destruir a aquellas personas que les han fabricado? De hecho, si llegáramos a la situación en la que los propios robots construyesen la siguiente generación de robots, resultaríamos innecesarios en su proceso de supervivencia. ¿Conseguiríamos vivir en paz y armonía con ellos o, en cambio, nuestros abusos acabarían desembocando en una rebelión por parte de las máquinas? De momento, eso es algo que sólo la ciencia ficción puede atreverse a aventurar.

Una de las obras más célebres de Asimov fue “Yo, robot” que posteriormente fue llevada al cine. En ella se cuenta cómo un robot se ve involucrado en un asesinato. Todo el mundo está convencido de que el androide no ha sido el asesino (ya que ello violaría una de las leyes), salvo un escéptico detective que no confía en estas máquinas que están revolucionando su mundo.

Otra novela de Asimov que también fue llevada al cine fue “El hombre bicentenario”, una obra que mostraba la parte más humana del robot. En ella, uno de los miles de novedosos robots de servicio que comienzan a formar parte de la familia americana comienza a dar síntomas de poseer cualidades típicamente humanas como empatía, creatividad y pensamiento filosófico. Cuando la familia que le acoge acude a la empresa distribuidora, éstos insisten en que, paradójicamente, este comportamiento es debido a algún fallo del sistema del robot. El argumento continúa narrando cómo este robot se va transformando en un humano tanto física como psicológicamente hasta que, por fin, la Ley le concede el título de ser humano.

“Inteligencia artificial” de Steven Spielberg también narra la búsqueda de un niño robot por encontrar su parte humana. Como muchos dijeron, es la historia de pinocho pero en versión futurista.

Parece que el deseo de estos robots de que querer convertirse en humanos es algo contradictorio a su deseo de aniquilar a toda la humanidad. ¿Se mantendrán impasibles nuestros futuros robots ante el futuro tan apocalíptico que plantea la ciencia ficción?

Aparte de los casos anteriormente citados, ha habido muchas películas en las que, siendo o no protagonistas, los robots han interpretado un papel menos trascendental.

Terminator, R2-D2 y C3PO (“la guerra de las galaxias”), número 5 (“cortocircuito”) y Robocop, entre otros, conforman esa visión idealizada que el subconsciente colectivo tiene sobre el futuro. ¿Formarán los robots inteligentes parte de nuestro futuro? Quién sabe, quizás un lector del siglo XXII se maraville ante una pregunta tan obvia sobre su presente.

¿Y el mundo de las maquinas esta muy cerca...?

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1 comentario:

Antonio dijo...

La inteligencia artifical hoy en dias es un recurso que varias empresas quieren emplear y me encanto la lectura